Cuando el mundo gira enamorado by Rafael de los Ríos

Cuando el mundo gira enamorado by Rafael de los Ríos

autor:Rafael de los Ríos [Ríos, Rafael de los]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2001-12-31T16:00:00+00:00


12. UN PUENTE SOBRE EL DANUBIO

Como todos los de su barracón, Viktor recogió sus pertenencias: cuchara y escudilla para la sopa, unos trozos de tela sucia y poco más. Cuando salía hacia el patio, oyó al viejo vigilante del barracón:

—¡Ojalá hagáis un viaje rápido hacia un campo que, a diferencia de Auschwitz, no tenga «chimenea»!

—Espero que se cumpla su deseo —respondió Viktor⁠—, y que no nos vea usted subir al cielo en forma de humo.

A la espera de conocer su destino, los presos formaron en el patio durante dos horas angustiosas y frías. Entonces el oficial de las SS dio la orden:

—¡En marcha!

Salieron del campamento. El alivio fue grande cuando vieron que los llevaban a la estación ferroviaria. Allí los esperaba un tren de mercancías, tan destartalado como ellos mismos. Y les ordenaron subir a los vagones.

Viktor y Kurt comprendieron que iban a ser trasladados a otro campo de concentración. Pero el tren tardó más de siete horas en tomar la salida, y después su marcha era lenta. Además, en el vagón no había sitio para que todos se sentasen en el suelo al mismo tiempo, y la mayoría tenía que permanecer de pie todo el viaje, mientras que unos pocos se turnaban para ponerse de cuclillas en la estrecha franja empapada de orines. Entre ellos estaba Kurt Pichler, por quien Viktor había intercedido a causa de su cadera dislocada.

Había unos cincuenta prisioneros en aquel vagón; y dos mil, en todo el tren. En ese vagón, que solo tenía dos pequeñas mirillas enrejadas, quienes no estaban agachados en el suelo se agolpaban en torno a los ventanucos. Con el transcurso del tiempo, Viktor se dio cuenta de que se dirigían a Austria.

—¿Austria? —uno de los prisioneros más veteranos se sobresaltó⁠—. ¡En Austria está el campo de Mauthausen! ¡Tiene horno, crematorios y cámaras de gas!

—¡Mierda! —exclamó Kurt—. Estamos más muertos que vivos.

—Si vamos a ese campo —comentó Viktor—, me temo que solo nos quedan una o dos semanas de vida.

Transcurrió una noche y otro día más. Al atardecer, con muchas interrupciones, el tren divisó Viena. Y alrededor de la medianoche se detuvo en la estación de la ciudad.

—¡Kurt, las vías nos acercarán a la calle donde nací! —⁠dijo Viktor, emocionado⁠—. ¡Pasaremos por la casa donde he vivido muchos años, hasta que caí prisionero!

Alzándose de puntillas y mirando desde atrás por encima de las cabezas de los otros, por entre los barrotes de los ventanucos, Viktor tuvo una visión fantasmagórica de su ciudad natal. Pensaba que se dirigían al campo de Mauthausen, situado a poco más de cien kilómetros al oeste de Viena. Y se sentía más muerto que vivo.

—Tengo la sensación —le dijo a Kurt— de estar viendo las calles, las plazas y la casa de mi niñez con los ojos de un muerto que vuelve del otro mundo para contemplar una ciudad fantasma.

Varias horas después, el tren salió de la estación, y allí estaba su calle, el número 6 de la calle Czernin.

—¡Mi calle! ¡Es mi calle! —gritó Viktor—. ¡Dejadme



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